Querida Nuria:Eres una niña cochina y deliciosa. Quizá tendría que reprenderte por tu última carta pero no pienso hacerlo: a mí me vuelven loco las niñas tan cochinas como tú.
Tienes razón, esa era la carta que yo deseaba, la que no me atrevería a pedirte. Pero me pones miel en los labios, los labios en tu miel caliente y turbia, y en seguida me quitas el premio. No seas impaciente. Déjame demorarme en tu sexo: apenas he podido saborearlo, mi boca está hambrienta de esa pulpa dulcísima
No me has dicho a qué sabe. Hay sexos ácidos, intensos, retadores, como la carne del pomelo, hay sexos agridulces como cerezas tiernas; hay sexos que rezuman deliciosos almíbares, embriagadores jugos de arándano y moras
A qué sabe el tuyo, di. O mejor déjame descubrirlo. Acarícialo un poco, así, por encima de la ropa, muy suavemente. No importe que te mire. Noto el pulso en las sienes, la garganta que arde, y estoy siguiendo con fijeza hipnótica el vaivén de tus dedos. Sí, me encanta mirarte: a cada movimiento de tu mano me atraviesa una astilla encendida. Por qué parar ahora. No hay leyes del deseo, no hay distancias, y tu carta me ha hecho desearte ciegamente, furiosamente
Estoy a tu lado
He hundido la cabeza entre la fronda oscura de tu sexo, y allí quiero perderme. Quiero apresar en mi boca ese rescoldo terso y abultado, esa rosa carnal, pulsante, mínima, que hiere desde lejos. La tomo entre los labios con esmero, y dejo que mi lengua la vaya acariciando, muy despacio al principio, con más brío después. A veces, cuando siento más hondo tus gemidos, me detengo un instante para besar los pliegues ya entibiados, el dintel de la gruta que se adentra en lo oscuro.
No me sacia tu futuro más sabroso. Me basta escuchar tus gemidos. Quiero oír las palabras más sucias manchando tus labios. Soy un perro encarcelado lamiéndote el coño, un animal que ansía tu vulva estremecida, tus muslos oscilantes, tus piernas como esbeltas lianas de blancura. Tu sexo es ya un torrente que fluye por mi boca, una brasa muy dulce desgajada del día, tu sexo es una gema cegadora y terrible, que arrastra el oleaje creciente de los astros
Tu carta me ha hecho un desastre.
Henry Miller ( 1891-1980. Escritor estadounidense)
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