domingo, 23 de febrero de 2014



Perviérteme con manos oscuras
Mirada lasciva y sin compasión
Perviérteme
Enrollame en tu carne y en tus delirios
Manchame de tu pecado y hazlo mio
Perviérteme y tómame
Que el día llegara y devorara la noche
Que como cómplice nos protege
Se lujuria
Se placer
Se deseo muerte y poder
Perviérteme
En un arranque de ira pasión y dolor
No habrá lagrimas ni siquiera risas
Solo un alma que entre tus manos
Quedara echa trizas

2 comentarios:

  1. El cuerpo de María se retorció travieso cuando el brazo de su amo la agarró por la espalda, casi levantándola de la cama, mientras su mano libre a su hermosa cadera se deslizaba. El hormigueo que sentía, las ganas de abrazarle en lugar de dejarle hacer, era todo tan especial. Los ojos de ella se encontraron con los de él y temblaron incapaz de sostener por si sola tanta adoración, entrega y pasión. Su beso en el cuello y luego en la entrada de su pecho la sacó de aquel embrujo, un aliento, como si fuera el útlimo, se le escapó a medida que su amante la apretaba contra él. La presión de las caderas, la de su regio lanzón fue suficiente para llenarla de excitación. Su pulso se aceleró a medida que su mano terminaba de agarrar aquellas caderas e iba contra su pecho, amándolo bien prieto, juguetón, soltándolo, mordiéndolo lleno de ardor. Una explosión de sensaciones incrementó más aquel placer que por adelantado pedía dónde quería la siguiente caricia a riesgo de caer rendida con tanta obediencia. Si iba a torturarla con su amor, que tuviera compasión de su pequeño corazón que ya no latía sino que bombeaba a plena combustión.
    Entonces María lo vio, lo que sintió era la última parada de su esclavo, que su mano movía para separar las piernas que tanto había besado y volvía a besar hasta llegar al tierno centro, nucleo de su motivación. Tierna es la carne, suave pero intensa la caricia de sus dedos, que húmeda la ponía, que sus manos la almohada cogían presa de una terrible locura que la hacía morderse los labios y pedir que lo más fuerte de su amor se valiera de su interior. Y como una puñalada de afectó así lo recibió, arqueada hacia atrás, perdida y encontrada de nuevo el la mirada de su amante, tragó saliva cuando la segunda puñalada a él la llevó abrazar para que entrara mejor y ese momento la culminase de todo su amor. Así poco a poco su fuego se extendió, con sus manos arañó a su amante, incapaz de contener tanto placer, castigándolo porque pronto derrotada caería y él, caballeroso, con ella dormiría, búscándola en sueños para hacerla de nuevo el amor.

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